viernes, 12 de noviembre de 2010

CAPITULO II. LA INVITACION


Desperté con un dolor de cabeza y con algún tipo de laguna mental. No recordaba mucho del día anterior, el dolor era insoportable. Ordené un par de pepas a la farmacia y al regresar tenía el vaso listo para pasarlas. No es recomendable tomarse dos seguidas pero el insoportable dolor hizo que tomara tres, dormí al instante y por largo rato. Desperté cuando la noche empezaba, guiada por el hambre que gritaba mi estomago de tener poco más de veinticuatro horas de no recibir nada. El silencio en el departamento indicaba que solo yo lo habitaba, miré la mesa junto a mi cama pues cuando todos salen mamá deja notas con dinero ahí. Conté cinco billetes y tome la nota para atender a las recomendaciones que siempre deja: –anoche no te vi llegar y hoy duermes todo el día, eso no esta bien. Llámame apenas despiertes. Te dejé chocolate en la nevera –.

Creo que volví a enfermar cuando leí la palabra chocolate. Olvidé por completo a Lucia. Agarré el pantalón que estaba en el suelo de mi habitación y fui hasta su casa, toqué la puerta, nadie respondió así que me senté a esperar que alguien llegara. No tuve que esperar mucho, a los diez minutos ella llego. Usaba una falda corta oscura, zapatos de muñeca y un abrigo azul, tenía su cabello al aire como la noche anterior pero hoy no lloraba. Me recibió con una sonrisa y un – ¿qué haces aquí? –. La miré de abajo hacia arriba mientras me levantaba para poder contestarle, –se que preparaste chocolate en la tarde pero talvez haya quedado para tomar en la noche…–. Su sonrisa la hacia ver aún mas linda...  ella solo dijo –no, no quedo nada y yo dije ¡en la tarde! –. Me sentí mal por no probar su chocolate entonces la invité a probar el chocolate que mi mamá dejó en la nevera, seguro alcanzaría para dos personas. Aceptó. Yo estaba feliz de su respuesta, me emocionaba la sola idea de poder hablar con ella.

No cruzamos más de un par de palabras mientras caminamos hasta mi "hogar", ella parecía no tener mucho que decir y yo dudaba de cualquier cosa que pudiera hablar, así que preferí callar. Saludamos a Venecio, el vigilante que abrió la reja para entrar, tomamos el ascensor y ahí ella me dijo lo mucho que le  gustaría vivir en un piso alto pues se le hacía cómodo, pequeño y perfecto para ella. Yo esperaba entonces que se sintiera a gusto allí. Afortunadamente mi mamá dejó todo en orden pero recordé que mi habitación estaba hecha un chiquero, rogué para que ella no quisiera conocerla. Entramos, ella se sentó en el comedor pues está cerca a la cocina y yo fui directo allá para calentar el chocolate. Mientras le preguntaba que tan caliente lo quería, ella miraba algo asombrada a su alrededor, al parecer le había gustado mucho o mas bien le desagrado mucho, por como abrió los ojos yo intuía que era lo primero. Le comenté que mi madre era fan de cosas raras, por eso tantos símbolos y muñequitos gordos. Ignoro el significado de cada uno de ellos pero ella los memorizó todos y hasta el sitio donde están ubicados es importante –. Me encantó la campana de la entrada, ¿no hay que tocarla cada vez que entra alguien? , reí y le dije que ese detalle se podia omitir, pues yo no creía en nada de lo que mamá si.

Le serví el chocolate con la temperatura a mi gusto, parece que era el indicado porque no se quejo nunca, después pregunté si se le antojaba algo más, me mostró un “no” moviendo la cabeza y apretando los labios hacia dentro. Cada movimiento o gesto que hiciera se quedaba grabado en mi mente como una imagen difícilmente comparable con otra, era único para mi todo lo que hacia. Le di un tour por el departamento, ella quería conocerlo. Le encantó el mirador, pues dijo que era perfecto para pasar largas horas mirando a todo el mundo sin que se dieran cuenta que ella los observaba, además de poder ver la noche mas cerca a sus ojos y por ultimo darle permiso al viento para llevarse sus pensamientos. Confesó ser fanática de la noche, ya teníamos algo en común. Después preguntó por que mi habitación estaba cerrada y a esto respondí –el interior de una habitación es el reflejo del alma del que la habita. En estos momentos el reflejo de mi alma no es el más agradable a la vista y no quiero que te lleves una mala imagen, así que te la presentaré en la próxima visita que hagas –. Acentuó con la cabeza y me pido que la acompañara al ascensor, yo le dije que la acompañaba hasta mas allá pues tenía que salir de todos modos, –mejor, así no bajo sola –.

La verdad era que yo no tenía que salir a ningún lado, solo quería alargar unos minutos mas la compañía pero no me permitía hacerlo obvio. Mientras caminamos me dio las gracias, dijo que le encantó donde vivía y que esperaba conocer pronto mi “alma”. Muy pocas veces le permití a alguien ver más de lo que mi apariencia mostraba, conocía a mucha gente pero muy poca me conocía realmente. No me gusta el encierro, así que paso la mayor parte del tiempo en la calle, donde se conoce tanta gente que no deja nada bueno para recordarla y también donde se conocen a esas personas que en menos de un par de minutos ya tienen albergue en la mente y por eso terminan de intrusas en esa zona extraña del cuerpo donde según yo se producen miles de emociones que en el mayor de los casos no tienen sentido.

La dejé no muy lejos de su casa para cumplir con la excusa que inventé por acompañarla. Se despidió llevando su mano derecha hasta el lado izquierdo de mi rostro dejándome sentir la suavidad de su mano y al mismo tiempo acercó sus labios secos y rojos a mi pómulo derecho, y ahí me planto el primer beso. Conté cada segundo que se tomó formando esa acción y lo reproduje en mi mente tantas veces como pude esa noche hasta que el sueño cerró mis ojos y su imagen se fue desvaneciendo al tiempo.


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