viernes, 29 de octubre de 2010

LA CUEVA




…y no entendí porque el tiempo se tomo el tiempo de detenerse y enseñarme como el rojo espeso de su sangre la arropaba, como su mirada se apagaba y como el viento se llevaba a la única pieza que le faltaba a el rompecabezas de mi alma.




CAPITULO I. LUCIA

Era un muro cubierto por arbustos muy grandes, ahí estaba ella recostada y rodeada de papeles arrugados, las lágrimas no la dejaron notar mi presencia, hasta que sacudí unas ramas que la hicieron levantar el rostro. Me descubrí por completo pues quería que supiera que estaba ahí y tal vez así dejaba de llorar. Mientras limpiaba sus lágrimas en vano dijo –no pasa nada, así que no pregunte –. Seguí en silencio pues la curiosidad por saber la razón de su llanto no me dejaba pensar bien que decir, quizá solo quería saciar mis ganas de información o tal vez sí me importaba lo que le estaba pasando. Como sea no pregunté nada.

Le ayudé a recoger los papeles que la rodeaban, eran hojas arrancadas de un de cuaderno, tenían cosas escritas a mano, las miraba de reojo a ver que alcanzaba a leer sin que ella se diera cuenta pero era imposible la letra era muy pequeña y estaban muy arrugadas. Caminamos hasta su casa, sus pasos eran lentos, hacía frío por eso llevó sus manos hasta los bolsillos de atrás del pantalón. Su rostro estaba parchado por las lagrimas que se secaron, aunque ya no lloraba llevaba toda la tristeza encima. Yo quise abrasarla, decirle que nada podía ser tan malo para que estuviera así, pero apenas si la conocía no quería perturbarla de ninguna forma. No podía irme sin saber siquiera su nombre, así que poco antes de llegar a su casa le pregunté, miró directo a mis ojos y dijo: –Lucia…como la abuela – y sonrió al instante. Llevó su cabello hacia el lado derecho dejando al descubierto un bonito perfil además tenía los ojos diminutos de tanto llorar, me dio las gracias y no se por que, pues no hice nada por ella esa noche.

Llegamos a su casa, saco las manos del abrigo que le daban los bolsillos del pantalón y extendió los brazos para recibir las hojas que yo había olvidado que cargaba. Al darme cuenta, torpemente me apresuré a entregárselas y dejé caer unas al suelo, ella sonrió de nuevo, bajo la mirada doblo sus rodillas llevando el resto de su cuerpo hasta abajo para poder recogerlas mientras yo inmóvil observaba cada movimiento de su cuerpo que me impactaba de alguna manera. Recogió las hojas del suelo y las ordenó en sus manos, miró hacia mí para que le diera el resto. Abrió la rejilla de su casa, antes de entrar dijo –es difícil encontrar compañía. Mañana prepararé chocolate en la tarde, espero lo pruebes –, sonrió por tercera vez y entró. Llegó hasta la puerta de su casa, sacó una llave, no alcanzó a meterla en el orificio de la puerta cuando esta se abrió, alcancé a escuchar un –hola – y la puerta se cerró.

Yo vivía cerca de ahí, un par de calles más atrás en un conjunto de edificios. Me fui por la parte de arriba para no encontrarme con nadie conocido en el camino y así poder pensar en lo sucedido esa noche. –Ni siquiera preguntó mi nombre –, pensé, –tal vez no le importó saber quien era yo, pero si no le hubiera importado no me habría dicho “espero lo pruebes”. ¿Habrá sido una invitación? –. No dejaba de pensar en ella, sentía emoción y preocupación al mismo tiempo. Al llegar saludé al vigilante, tomé el ascensor que me dejó en el piso diez y entré al departamento tratando de hacer el menor ruido posible. Estaba oscuro, al parecer todos dormían aunque no era muy tarde. Fui a la cocina, serví el último sorbo de bebida oscura que había en la botella y subí a mi habitación. Dejé el vaso en la mesa junto a mi cama, desabroché los tres botones del pantalón y lo tiré al suelo. Tomé lo poco que quedaba en el vaso y me acosté con una imagen de Lucia para terminar la noche.


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