QUE VIVA LA
MUSICA!
Andrés
Caicedo
1977
En la literatura
colombiana la referencia reina es Gabriel García Márquez, sin embargo existe un
anti-macondo llamado Andrés Caicedo, que aun 36 años después de su suicidio, es
una leyenda urbana imperdible. Un valiente disfrazado de cobarde que anunció su
temprana desaparición, ya que “vivir más de 25 años es una insensatez” (Andrés
Caicedo). Su primera y última novela publicada en 1977 “Que viva la música!”,
es su regalo para todos los jóvenes Colombianos y lejanos también. Contada por
su protagonista, sin capítulos que le den pausa y con un grupo de personajes
que describen no solo una época, sino también una ciudad y una generación que
no envejece.
¿Y por qué es
imprescindible leer a este autor, leer su obra última? Porque es un viaje
musical, vertiginoso, que describe una descendencia de personas desconectadas y
conectadas, con una sobredosis de información pero con emociones que no
entienden del todo y que no pueden controlar. La juventud.
“Que viva la música!”, novela compuesta a
partir de la exploración del cine, la música y el teatro, un detonante para
hablar de arte y literatura, de las relaciones con la cultura y la sociedad
latinoamericana. Es también un anuncio a su exitoso suicidio, y una silla en
primera fila que deja al lector vulnerable al identificarse con los problemas
de una sociedad heredada por quienes algún día fueron jóvenes. Atemporal, ya
que después de una trentena sigue plasmando las desventuras y sueños de esa
época setentera que infla el mismo globo de las nuevas generaciones. Jóvenes
que -no- se renuevan con el pasar de los años sino que se reavivan, tal como un
eterno joven lo dice, “nuestra misión era no retroceder por el camino hollado,
jamás evitar un reto, que nuestra actividad, como la de las hormigas, llegara a
minar cada uno de los cimientos de esta sociedad, hasta los cimientos que
recién excavan los que hablan de construir una sociedad nueva sobre las ruinas
que nosotros dejamos”. (pág. 97).
Un relato
contado en primera persona. La protagonista inicia su relato con una
advertencia, “Yo lo que quiero es empezar a contar desde el primer día que
falté a las reuniones, que haciendo cuentas lo veo también como mi entrada al
mundo de la música, de los escuchas y del bailoteo. Contaré con detalles: al
estimado lector le aseguro que no lo canso, yo sé que lo cautivo” (pág. 50).
Una narración precisa en donde como lector me importa no sólo lo que ocurre a
los personajes, sino también lo que piensan y sienten, cómo evolucionan
espiritualmente y cómo influye en ellos la sociedad donde viven. “La música es la labor de un espíritu
generoso que reúne nuestras fuerzas primitivas y nos las ofrece, no para que
las recobremos: para dejarnos constancia de que allí todavía andan, las
pobrecitas, y que yo les hago falta. Yo soy la fragmentación. La música es cada
uno de esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar” (pág.
104).
La historia
describe la Cali de los años 70s a través de los ojos infectados de inocencia y
crueldad de María del Carmen Huerta, adolescente producto de la crema y nata
burguesa de la época. Mas sin embargo su afán por salirse del encasillado
titulo la llevan a vivir su adolescencia a prisa y al extremo. Explora las calles de su ciudad, la capital de la salsa y en su
travesía, el existencialismo, las drogas, el sexo y primordialmente la música,
la llevan a dos mundos opuestos; cada uno con sus excesos. En uno de ellos
reinan los Rolling Stones. En el otro la salsa, las tonadas de Richie Ray y
Bobby Cruz que son la invitación a una fiesta sin fronteras.
Los personajes
que le dan vida a esta historia están encabezados por, María del Carmen Huerta,
la mona, rubísima como el oro y eterna como el cielo para luego transformarse
en la siempreviva. “Soy rubia. Rubisima. Soy tan rubia que me dicen: -Mona, no
es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y vera que me libra de esta sombra
que me acosa-. No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio
miedo perder mi brillo” (pag. 49). Tiene tantos años de vivir en la única
juventud existente, que ningún espectador creería por todo lo que esa melena ha
pasado. Una eterna joven que pasó de recibir las tres comidas del día en cama,
a ser ella el plato de comida que se sirve en una cama cualquiera. Sin embargo
no es este el eje de la historia, es la música. Una jovencita con miles de
opciones para “triunfar”, decide dedicar su vida a la música y no como cantante
o músico sino como “conocedora”. Una biblia andante que conoce las letras, la
forma de bailar cada canción, el cantante, al músico y sus tórridas historias. Una
mujer fuerte, indiferente, sin complejos y con una auto-elevación que la hacen
estar por encima de todos y de todo sin dejar un sabor de pretensión, pues ella
es honesta, autentica y ya está echada a perder.
Cada personaje
importante de la obra, complementan la personalidad de esta (anti) heroína, tal
como: “Ricardito El Miserable”, amigo de toda la vida, atractivo como una
cereza pero agrio como el limón, “uno no podía permitir que él se pusiera a
hablar de melancolías, eran muchas las historias de las fiestas que había
aguado, de las muchachas que había aburrido hasta la muerte con su melancolía”
(pag. 61). El amigo culto, el traductor de las músicas lejanas, el enamorado
que no soporta la compañía pero no puede vivir sin que lo “admiren”. Un
intelectual sin rumbo ni causa, un desperdicio para ese cuerpo, con una mente
que reúne todos los síntomas de una generación perdida en los setentas y en el
ahora, “Ricardito el Miserable, así lo nombro porque sufre mucho, o al menos
eso es lo que él decía (pag.53)”.
Mariangela, es
el espejo de la protagonista, su maestro, su tercer ojo, la voz de la razón y
del olvido, ya que “sus palabras siempre fueron ordenes corteses” (pag.80). Era
tan rubia como María del Carmen pero con muchísimo menos brillo, mujer
deslumbrante pero obscura en su interior. Enamorada de sí misma y de esa que es
como ella, “le gustaba ser mirada. No resistía que la tocaran. Ella fue, hasta
donde llega mi conocimiento, la primera del Nortecito que empezó esta vida, la
primera que lo probo todo. Yo he sido la segunda” (pag.56). La muerte de este
personaje voltea sutilmente la vida de la protagonista, sin mucho alboroto, se
anuncia uno de los finales más importantes del descenso de esta novela.
Leopoldo Brook,
el primer hombre que tocó y desnudó el corazón salvaje de la mona. Un personaje
recién llegado de la USA “no olía a humo después de la fiesta: olía a hierba de
clima frio. Y yo pensé: Viene de otras tierras, del país del Norte, en donde ha
recibido mejor alimentación” (pág. 101), un producto de importación y solo por
eso ya le vale toda la admiración de una ingenua e inculta María del Carmen. Un
tipo pasivo, cómodo, sin mucha reflexión con una vejez mental que lo bloquea
físicamente a aventurar más allá de la comodidad de su heredada vida.
La segunda parte
llega con una María del Carmen inflada de vida, “se me inflaron los ojos de
recordar cuanto había comprendido las letras en español, la cultura de mi
tierra, donde adentro nace un sol, grité descomunalmente: Abajo la penetración
cultural yanky!!” (pág. 140). Y esta ola acompañada de los siguientes
personajes:
Rubén Paces,
administrador y programador de discoteca de fiestas. Un fanático que se
inyectaba la salsa en la sangre. En su casa “la música no te faltará antes del
desayuno” (pág. 153). “Dada la ocupación discómana, rumbera, salsomana de mi
enamorado, yo no podía pedir más, pensara el lector. De principio, así es. Pero
ninguna Salsa le llega a usted entera, al final azota el llanto, quiebra el
medio, afloran las tristezas inexplicables” (pág. 153). Los traumas del pasado,
no liberaron a este personaje de la obscuridad. Este era un tipo raro,
atormentado y marcado por un solo evento en su vida, ese que olvidó y no se
perdona.
Bárbaro, dueño y
señor de los rumbos de extremo sur. Su oficio, “bajar gringos”, pues le gustaba
la acción. Un joven de un único presente caracterizado por la violencia. Una
violencia que lo termina quemando.
Y para terminar
este camino sin final feliz, aparece la tercer “maría” de esta historia. María
Iata Bayo, Puertorriqueña. Lindísima y llevada por los hongos que se metía como
supositorio. Esta es la maría que se quedó inocente toda su vida (pues después
de la juventud no hay nada). Otra víctima de las alucinaciones que un día de
hongos, pierde a su amigo “gringo” en un episodio de violencia a manos de
Bárbaro.
Cada personaje
tiene características particulares que complementan la historia y su desarrollo
cultural. Todos son distintos pero tienen un centro y es el proyectarse a
través de la música. Otra característica es que ellos son meros brazos que
tienen raíces en su protagonista, ya que ella es quien le da trascendencia a
sus acciones o no, “que nadie exista si yo no doy el pase, el consentimiento,
que se pulvericen apenitas el lector voltee la página. El personaje no existe
si yo no le rindo mis favores. Si se los retengo, no tiene razón de ser, nanay
cucas” (pag. 186).
El lenguaje es
simple, propio y único de un Caicedo. Frases regionales y expresiones tomadas
literalmente del lenguaje musical, esto tal vez la haga en cierta forma
complicada de leer sobre todo para un no hispano hablante. Es una lectura
exquisita. Vocabulario: Guaguancó, bugalù, filuda, malumpié, bembé, remolona,
oronda, culimbos…y me quedo con dos teorías: “es prudente oír música antes del desayuno”
(pág. 229) y “el libro miente, el cine agota, quémenlos ambos, no dejen sino la
música” (pág. 227).
En
conclusión, lo que arma de novedad este relato es lo deliciosa y enviciante que resulta la caída, tanto para la
protagonista como para el lector. Caída acompañada de mucho rock y sobre todo
de mucha salsa: “que bajo pero que rico” (pág. 229). Caicedo transporta (y
ya más de tres décadas después de publicada su obra), a una Colombia ambivalente
y única. Y aunque atrapante fue esta lectura de principio a fin, es una
invitación abierta al tropiezo, a la caída en picada para terminar en suicidio
y de forma sublime “si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos
buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable.
Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a
caer los dientes. Y encuéntrame allí donde todo es gris y no se sufre” (pág.
229).